Borges
y Cortazar
Los dos escritores han abordado diferentes géneros y ejes
temáticos a lo largo de su recorrido. En la literatura de Borges hay una serie
de inquietudes metafísicas que aparecen en sus poemas y en la narrativa: el
laberinto, el espejo, el tigre, el doble, los sueños, el infinito y el tiempo
cíclico. Cortázar, en cambio, presenta ciertos ejes temáticos que pueden
resumirse en el mundo del boxeo, el jazz, la ciudad de París, la infancia, lo
fantasmagórico, la defensa de los derechos humanos.
La fascinación que ambos tuvieron hacia la mitología griega y
romana podemos compararla al enamoramiento de Ariadna, hija de Minos y Pasífae,
de Teseo. Este, para permitirle encontrar el camino en el laberinto, la prisión
del Minotauro, le dio un ovillo, cuyo hilo Ariadna fue devanando y sirvió para
indicarle el camino de regreso.
Tanto Borges como Cortázar se enamoraron del
mundo clásico. Las derivas de ese entusiasmo los unen como un hilo, y pueden
leerse las huellas de esas lecturas en varios de sus escritos.
Lo fantástico según Cortázar
Ya no sé quién dijo, una vez, hablando de la
posible definición de la poesía, que la poesía es eso que se queda afuera,
cuando hemos terminado de definir la poesía. Creo que esa misma definición
podría aplicarse a lo fantástico, de modo que, en vez de buscar una definición
preceptiva de lo que es lo fantástico, en la literatura o fuera de ella, yo
pienso que es mejor que cada uno de ustedes, como lo hago yo mismo, consulte su
propio mundo interior, sus propias vivencias, y se plantee personalmente el
problema de esas situaciones, de esas irrupciones, de esas llamadas
coincidencias en que de golpe nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad
tienen la impresión de que las leyes, a que obedecemos habitualmente, no se
cumplen del todo o se están cumpliendo de una manera parcial, o están dando su
lugar a una excepción.
Ese sentimiento de lo fantástico, como me gusta
llamarle, porque creo que es sobre todo un sentimiento e incluso un poco
visceral, ese sentimiento me acompaña a mí desde el comienzo de mi vida, desde
muy pequeño, antes, mucho antes de comenzar a escribir, me negué a aceptar la
realidad tal como pretendían imponérmela y explicármela mis padres y mis
maestros. Yo vi siempre el mundo de una manera distinta, sentí siempre, que
entre dos cosas que parecen perfectamente delimitadas y separadas, hay
intersticios por los cuales, para mí al menos, pasaba, se colaba, un elemento,
que no podía explicarse con leyes, que no podía explicarse con lógica, que no
podía explicarse con la inteligencia razonante.
Ese sentimiento, que creo que se refleja en la
mayoría de mis cuentos, podríamos calificarlo de extrañamiento; en cualquier
momento les puede suceder a ustedes, les habrá sucedido, a mí me sucede todo el
tiempo, en cualquier momento que podemos calificar de prosaico, en la cama, en
el ómnibus, bajo la ducha, hablando, caminando o leyendo, hay como pequeños
paréntesis en esa realidad y es por ahí, donde una sensibilidad preparada a ese
tipo de experiencias siente la presencia de algo diferente, siente, en otras
palabras, lo que podemos llamar lo fantástico. Eso no es ninguna cosa
excepcional, para gente dotada de sensibilidad para lo fantástico, ese
sentimiento, ese extrañamiento, está ahí, a cada paso, vuelvo a decirlo, en cualquier
momento y consiste sobre todo en el hecho de que las pautas de la lógica, de la
causalidad del tiempo, del espacio, todo lo que nuestra inteligencia acepta
desde Aristóteles como inamovible, seguro y tranquilizado se ve bruscamente
sacudido, como conmovido, por una especie de, de viento interior, que los
desplaza y que los hace cambiar.
Rayuela
Capítulo 1
¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había
bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de
Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba
distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts,
a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro,
inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños
del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin
sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en
nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que
necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de
dentífrico.
Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se
asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, quizá estuviera charlando
con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el
boulevard de Sebastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba. Ahora la Maga no estaba en mi camino,
y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones
de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita
Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles
chillones, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferíamos
encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o
agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin
buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Maga, en cada mujer
parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y
cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que
se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas
viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado
de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco
roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la
gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en
pájaros pinto o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y
aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas
cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de
relámpagos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos
de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos,
pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un
parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de
la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto
del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allá lo tiré con
todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías
un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkiria. Y en el
fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua
verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu'en hiver, a la ola
pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de
Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de
cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro,
como un insecto pisoteado. Y no se movió, ninguno de sus resortes se estiraba
como antes. Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos contentos.
Rayuela es una novela del escritor argentino Julio
Cortázar publicada
en 1963. «De
alguna manera es la experiencia de toda una vida y la tentativa de llevarla a
la escritura», respondió Cortázar cuando le preguntaron qué significaba para
él. Rayuelaes una de las
obras centrales del boom latinoamericano.
Partes en que puede
dividirse su argumento.I)La primera parte, Del lado de allá nos cuenta la vida de
Horacio Oliveira, un argentino durante su estancia en París y la relación que
tiene con la Maga,
además de su grupo de amigos que forman el Club de la Serpiente, con los que entablan
memorables conversaciones y discusiones que nos entregan la visión de Cortázar
sobre diferentes aspectos del arte en la vida y de la vida en el arte,
simultáneamente.II)La segunda, Del lado de acá, el regreso de Oliveira
a Buenos Aires, donde vive con su antigua novia; allí pasa largas horas con sus
amigos Traveller y Talita; en el primero se ve a sí mismo antes de partir, en
la segunda ve a la Maga,
inolvidable y siempre presente.III) Finalmente De otros lados, que agrupa materiales
heterogéneos: complementos de la historia anterior, recortes de periódico, citasde libros y textos autocríticos
atribuidos a Morelli, un viejo escritor (álter ego de Cortázar). Estas páginas, si bien en
ocasiones se relacionan con los capítulos que las preceden, muchas veces no son
más que estímulos imprecisos que Cortázar nos presenta para ayudarnos de alguna
forma a alejarnos de la linealidad clásica de la literatura y sumergirnos en
subtextos y subtextos de subtextos.
En su fondo y en su forma, Rayuela reivindica la importancia
del lector y hasta cierta forma lo empuja a una actividad y protagonismo negado
por la novela clásica en la que éste era llevado por la linealidad de una
historia en la que lo más importante era «lo que pasaría al final». En Rayuela
el argumento no importa o sólo importa en tanto es el escenario en que los
personajes habitan y se desenvuelven, en una libre y profunda vitalidad que el
autor les otorga y de la que él mismo dice no hacerse responsable.
Cortázar busca con esta obra «ver de otra manera el contacto
entre la novela y el lector», incitando a éste a que modifique su actitud
pasiva frente a la obra, para tomar parte activa y crítica. De esta manera,
formarse «una polémica en ausencia […] Una especie de polémica entre un autor y
un lector».